domingo, 24 de abril de 2011

Me.

Con el paso del tiempo he llegado a la conclusión de que sí, soy una persona tímida, pero sólo dependiendo de las personas que estén a mi al rededor. Es curioso, pero con algunas personas hablo lo justísimo y en cambio con otras, todos mis pensamientos se transforman en palabras, que en ocasiones pueden llegar a resultar pesadas.
Me gusta escribir, no sé si será porque me desahoga en mis momentos difíciles y en los no tan difíciles, o por el simple hecho de que me gusta mi letra.
Adoro e idolatro de una forma extrema y peculiar las cosas que se salen de lo normal, y de hecho, en ocasiones me considero una persona algo diferente a las chicas de mi edad, supongo que porque no me gustan las cosas pijas, ni la música lenta, ni los típicos cuentos con finales felices. Supongo que en parte también es porque no suelo estar triste por tonterías.
Que me digan que hago las cosas bien es una de las mil y tres cosas que me encantan, entre las cuales también destaca el hecho de encontrar gente que se identifique con esas tonterías que suelo escribir, gente a la que debo dar las gracias por hacer que aquello que escribo todos los días adquiera algo de valor.
Entre otros rasgos que me caracterizan, la exageración es mi arma más utilizada.
Gastaba infinitas horas haciendo planes para que después nada saliese como esperaba, por lo que poco a poco he decidido pensar menos las cosas. Prefiero arrepentirme de algo que he hecho, que de algo que no he hecho. No me gusta mirar hacia atrás, mi teoría sobre los hechos se basa en esa famosa frase 'Lo hecho, hecho está' y lo cierto es que creo que mejor que arrepentirse de algo hay que mirar el lado positivo. Sí, soy una persona optimista, simplemente porque no hay nada que me impida serlo.
Me gusta comer cuando no tengo hambre, gritar cuando estoy afónica y sonreír cuando estoy triste.
Adoro observar a la gente de la calle, y sentir que tengo algo en común con ellos, por muy simple que sea.
Las responsabilidades y las obligaciones me desesperan. Cuando era pequeña no solía jugar con muñecas, ni me gustaba el color rosa ni las princesitas, odiaba que me llamasen señorita, y mi regalo más preciado de Navidades era un balón de fútbol.
En fin, pasaría horas y horas autoexaminándome y haciendo mis típicas reflexiones, pero tiempo es algo de lo que carezco.
E'

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